domingo, 4 de mayo de 2008

REFLEXIONES ANTE UN PRIMERO DE MAYO


Un año más hemos pasado la fecha del 1º de mayo, fiesta del trabajo, que se ha celebrado, con una testimonial manifestación, y con un mayoritario éxodo vacacional. Está claro que nuestra sociedad postindustrial, cada vez más competitiva y más consumista, cada vez quiere saber menos de solidaridad, de justicia social, pues el individualismo capitalista va extendiéndose como una plaga por todos los ámbitos sociales, imponiendo unos hábitos consumistas e insolidarios, que llevan al ciudadano actual a una soledad existencial, que busca en el ocio y en el consumo la forma de llenar esos vacíos del alma, que jamás se llenarán de esa manera.
Pero eso, aunque no beneficie a la persona, favorece al sistema de producción masiva y consumo de masas, que se ha impuesto con la globalización de la economía, y se va imponiendo con la mundalización de la cultura, mediando estos nuevos modos de vida. Y todo este engranaje ha ido calando hasta llegar al mundo del trabajo, donde nos encontramos cada vez más contratos basura, merma del empleo estable, y de beneficios sociales propios del Estado del Bienestar de la Europa de la postguerra, que el modo de vida americano, no sólo no ha tomado, sino que a través de la globalización económica y de la colonización cultural, trata de desbancar por el neocapitalismo postfordista y consumista. En este contexto, el movimiento sindical ha de prepararse para dar respuesta a esta nueva tendencia social de clara colonización, que conlleva una considerable merma de garantías y logros sociales de la vieja Europa, que tanto costaron implantarse, y con tanta facilidad se están progresivamente desmontando.
Pero esto nos llevaría a contemplar una regeneración del mundo sindical, que en nuestro país, por mor de la legislación nacional se ha ido instalando en el sistema en las últimas dos décadas, pasando de ser un “sindicalismo combativo”, con auténtico liderazgo, a ser un “sindicalismo estructural” del sistema –que ha acabado por asimilarlo-, burocratizado, cada vez más carente de liderazgo, por estar neutralizado por el mismo sistema, al depender de subvenciones, de las horas sindicales de los liberados, y al asumir cual empresa, cuantiosos gastos de mantenimiento (sueldos de empleados incluidos). Lo que le lleva a reeditar un “nuevo corporativismo estructural” que le hace vulnerable, y le resta independencia para poder defender con valentía y éxito los verdaderos intereses de los trabajadores. Ya que finalmente, esto le posiciona como un Ente jurídico y social propio (con necesidades económicas, sociales, políticas propias) cuyos intereses propios no siempre coinciden con los de sus afiliados, de manera que finalmente ha de hacer difíciles equilibrios para salir airosos de no pocos conflictos, donde se debaten a medias tintas, entre los intereses contrapuestos. Quizá esto sea lo que explique el bajo nivel de sindicación en nuestro país, uno de los más bajos de la UE, al constatar la baja eficacia actual del movimiento sindical, al que se contempla como una institución interpuesta, que se identifica poco con la verdadera defensa de intereses de los trabajadores.
En honor a la verdad, hemos de reconocer los avances del mundo sindical, la responsable labor que jugó en la transición española, con los Pactos de la Moncloa, que dieron paso a la consolidación de la democracia y al progreso social del pueblo español. Pero no es menos cierto, que se echa en falta un mayor dinamismo sindical, esa frescura de los líderes sindicales de la transición, más auténticos, que conectaban mejor con los trabajadores, frente a la actual evolución burocratizada de los sindicatos.
De hecho, no está mal que los sindicatos hayan ido evolucionando a un sindicalismo de servicios, pero no deberían olvidar su principal cometido, y su originario compromiso con los trabajadores, por encima de sus problemas estructurales y burocráticos.
Y si toda esa estructura les contiene, habrían de plantearse la revisión de su situación, en beneficio de su mayor eficacia.

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