martes, 25 de marzo de 2008

IRAK: UN QUINQUENIO DE VIOLENCIA Y DOLOR



Hace cinco años que el “mundo civilizado” decidió invadir Irak y deponer al sátrapa de Sadam Husseín que lo gobernaba con mano de hierro, en un régimen, a todas luces deplorable, por el nepotismo y la continua conculcación de los derechos humanos, que mantenía la unidad de un país artificial, e internamente enfrentado, practicando la violencia de Estado con sus propios súbditos.

Pero el “mundo libre” que se hartó de predicar la liberación del país, su democratización, y el fin de la satrapía iraquí, sólo ha conseguido parciales resultados, de forma inestable, y a un alto precio en vidas humanas de su propia milicia, del país ocupado, que afecta a los civiles del mismo, con un país en ruinas siendo uno de los principales productores de petróleo.

Ciertamente, el dictador iraquí en su violenta concepción de la vida –que mantuvo hasta el final de sus días- sólo concebía el ejercicio del gobierno desde la violencia, y no sólo la interior, sino también la exterior, inicialmente en la guerra que mantuvo con su vecino Irán, en la ulterior invasión de Kuwait, y en el enfrentamiento con el “imperio americano”, cuyas bravatas le llevaron al desastre de la guerra y de su propia extinción personal.

Tuvo sometidos a los kurdos del norte de Irak, llegando a la práctica del genocidio, utilizando letales armas químicas con la población civil, tuvo igualmente sometida por la fuerza y la represión, a la mayoría chiíta del sur del país, y se mantuvo con el ejercicio de la violencia de Estado, y el apoyo estadounidense, en tanto sirvió a estos en su lucha de freno y desgaste del régimen fundamentalista iraní, desestabilizador de la zona. Pero cuando dejó de prestar ese servicio, y en su errática política tocó intereses occidentales en el área petrolífera más productiva y políticamente más inestable, los americanos cambiaron su consideración del régimen iraquí, que en esencia era el mismo que antes apoyaban, salvo que se revolvió y “mordió la mano” del que le ayudaba. De donde se deduce que ese cambio de catalogación, y esa apuesta por la invasión, no tenía tanto un fundamento jurídico internacional, ni ético social a favor de los sistemáticamente negados derechos humanos en Irak, sino de claro interés económico y estratégico.

Claro que en las relaciones internacionales, desde el punto de vista de la dominante “teoría realista” lo que determina un posicionamiento internacional es el interés de Estado, primando sobre lo ideológico, que es lo que viene haciendo Estados Unidos cualquiera que sea el gobierno que rija el país, aunque con el devenir de los acontecimientos en Irak está pagando un alto precio en vidas humanas de sus propios efectivos militares.

Posiblemente fuera necesaria la intervención militar para derrocar a un dictador, pero lo cierto es que el país se acabó desequilibrando totalmente, inmerso en una guerra civil junto con una reacción de los grupos fundamentalistas islámicos contra el invasor occidental, en una peligrosa combinación de incierto resultado final, atizando aún más odio a Occidente en el mundo árabe, que se siente injustamente tratado, desde la irresuelta cuestión palestino-israelí. Y que eleva la combustibilidad del fundamentalismo islamista que crece con el irredentismo tercermundista, el fanatismo y el odio a todo lo que representa el mundo occidental; con la agravante que ese victimismo ya llega a nuestra sociedad occidental donde viven muchos ciudadanos islamistas, entre los que se encuentran los radicales que claman por la yihad, la “guerra santa” contra los cruzados y los infieles, que exceden con mucho al concreto conflicto iraquí, al palestino o al afgano, ya que con esa raíz y denominador común, tienen fácil la extensión de su resentimiento frente a Occidente.

Por lo que se hace necesario, un acercamiento cultural, económico y social, tanto en el orden nacional como internacional, que permita el mutuo conocimiento, la cooperación, y el destierro de cualquier excusa para que los fanáticos no la utilicen en beneficio de sus planes violentos, que hemos padecido en capitales occidentales como Nueva York, Londres, y Madrid.



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